Por Juan Carlos Gutiérrez, Especialista en Felicidad Organizacional CEO – Colombianos Exitosos
En estos días, el tema millennial es uno de los más candentes en las organizaciones. Muchas empresas se sienten navegando en un mar totalmente desconocido cuando se habla del talento de las nuevas generaciones, incluso he llegado a escuchar la palabra “pánico” cuando se toca este tema. Pero ¿qué es eso de ser millennial?
Somos una generación de personas nacidas a partir de 1984. Crecimos de la mano de la tecnología, internet, la globalización y vivimos en un entorno totalmente favorable para lo social, local y mobile (el solomo). Somos los incomprendidos del nuevo testamento, como diría René, de Calle 13, en “Vamo´a portarnos mal”. No nos ajustamos a lo convencional, no estudiamos ni trabajamos de forma normal y rompemos con las reglas que a nuestro juicio carecen de sentido. No nacimos para seguir el mismo patrón de vida de nuestros predecesores. En lugar de “estoy aunque no sepamos hacia dónde vamos”, buscamos tener una vida con propósito.
Lo que nos mueve no es el dinero. Es la sensación de libertad, la posibilidad de tomar decisiones, de crecer, de alcanzar nuestros sueños y de perseguir un propósito de vida; mucho más allá de simplemente estudiar, trabajar, tener hijos y morir. No nos quedamos quietos. Nos mueve la pasión por lo que hacemos, por cambiar nuestro entorno y transformar el mundo.
Aquellos que no comprenden nuestro comportamiento nos han tildado de perezosos, desenfocados e incluso de narcisistas. Pero la verdad es que somos el resultado de lo que nuestros padres, la tecnología y el entorno han hecho con nosotros. Hoy quiero contarles a los padres, los jefes y a ustedes, mis contemporáneos millennials, qué es lo que está pasando con nosotros, por qué tenemos tan confundido a todo el mundo y cuáles son las razones de nuestro atípico comportamiento.
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Tenemos padres pródigos
Mientras nuestros abuelos castigaban a nuestros padres ante el menor indicio de insolencia o irrespeto, ellos nos han perdonado todo. Somos el resultado de una estrategia de crianza, podría decirse que fallida en términos de autoestima, en la que intentaron darnos todo aquello que ellos no tuvieron y quisieron evitar a toda costa que pasáramos por el mismo sufrimiento que pasaron ellos en su niñez y juventud.
Nos dijeron que éramos especiales y que podíamos conseguir todo lo que quisiéramos, solo por el hecho de desearlo. Muestra de ello es que en el colegio nuestros profesores nos pusieron mejores calificaciones y medallas, solo porque no querían lidiar con el mal genio de nuestros papás cuando se enteraran de nuestras calificaciones reales.
Nuestros padres quisieron hacérnosla fácil. El resultado fue que crecimos con la percepción de que podemos tener todo lo que propusiéramos, solo que no nos dijeron cuánto teníamos que esforzarnos para conseguirlo.
Tecnología adictiva
Cada vez que recibimos un mensaje, un chat, un like o una notificación; nuestro cerebro segrega un químico llamado dopamina. Es el mismo que se libera cuando comemos, consumimos alcohol, tenemos sexo, apostamos o consumimos drogas. Esta es la razón por la cual el uso de la tecnología, las redes sociales y los dispositivos móviles; es adictiva y, como cualquier otra adicción, nos puede costar relaciones, dinero y hacer nuestra vida aun peor.
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Pero este es el menor de nuestros problemas con la tecnología. El más importante es que nos hemos acostumbrado a relacionarnos a través de las pantallas, los emojis y las notificaciones, por ende, no hemos logrado construir relaciones verdaderas.
Crecimos en un mundo de redes sociales, en el que somos expertos en ponerle filtro a la vida y mostrarle a todos que es “perfecta”, aún cuando en realidad estemos deprimidos. Somos expertos en parecer que lo tenemos todo bajo control, pero la realidad es que en el fondo tenemos una autoestima más baja que las generaciones predecesoras. Hemos creado un mundo surrealista, en el que parecemos absolutamente felices, pero en el mundo offline estamos lejos de serlo.
Un entorno indiferente
Después de creer que éramos especiales y que podíamos tener todo lo que quisiéramos, solo por el hecho de quererlo, llegamos al trabajo. En ese preciso momento el universo conocido se derrumba, porque nos damos cuenta de que no somos especiales, no podemos tener lo que queramos solo porque sí y de que nuestros papás no pueden ayudarnos a conseguir un ascenso o un aumento.
Construimos una percepción equivocada de la realidad, porque mientras en casa todo se nos ponía en bandeja de plata, en Instagram aumentaban los likes y en Facebook teníamos más amigos; en la vida real nuestros papás no pueden interceder por nosotros para que nos paguen más o nos promuevan en nuestro trabajo, nuestras relaciones personales carecen de significado y no somos tan cool como parecemos.
Ahora no solo estamos tratando de sobrevivir en los escenarios sociales individualistas, en los que valemos más por cómo lucimos que por quienes somos realmente. También intentamos sobrevivir a los trabajos en las grandes empresas, en las que no nos ayudan a construir confianza, ni promueven nuestro sentido de la cooperación; pues están más preocupadas por las cifras del año que por la vida de sus colaboradores. Están más interesadas en superar a su competencia que en superarse a sí mismas. En realidad, el problema no son las empresas sino la falta de un liderazgo auténtico y empático, que se preocupe más por su gente que por los números.
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En un mundo en el que todo lo podemos tener de manera instantánea; comprar ropa por Amazon, alquilar una película en iTunes, ver una serie en Netflix o tener una cita por Tinder; solo hay un par de cosas que no podemos obtener de manera inmediata y resultan ser las más importantes de la vida: relaciones sólidas y satisfacción en el trabajo. Estas últimas requieren de un lento, complejo y a veces frustrante proceso; para el cual no existe ninguna app que nos ayude.
Soy uno de los primeros millennials y puedo decirles, con conocimiento de causa, que esta generación de jóvenes maravillosos, idealistas y trabajadores viene con un potencial increíble. Mi hermano, que es más millennial que yo, con tan solo 30 años, ya conoce más de 20 países. No se trata de sacarnos el máximo potencial, como si fuésemos una toalla a la cual hay que exprimir, se trata de ayudarnos a lograr nuestra mejor versión de manera natural.
Todo lo que necesitamos para comprender, reaprender y reconstruir nuestro mundo; es dedicar tiempo y energía para construir relaciones de valor con las personas que queremos, paciencia para disminuir la sensación de inmediatez con la que vivimos y un liderazgo auténtico en las empresas, que promueva entornos en los que podamos desarrollar confianza y cooperación. Entornos que nos permitan desarrollar las habilidades sociales que no aprendimos en el colegio o la universidad. Líderes que nos ayuden a construir un verdadero propósito y a desarrollar un balance entre la vida que creemos vivir y aquella que realmente queremos tener. No deseamos ser gestionados o administrados, lo que realmente pretendemos es ser inspirados.