Antonio Prado, Secretario ejecutivo adjunto de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal)
La revolución digital que se ha desarrollado en los últimos 30 años en el campo de la información y la comunicación sigue aún lejos de su frontera tecnológica, sin embargo, ya ha cambiado significativamente la forma y el espacio de las ciudades contemporáneas.
Desde los sistemas de control de la contaminación ambiental -acústica, atmosférica y del agua- hasta la fiscalización de las vías urbanas a través de radares, cámaras de vigilancia, drones y satélites. El deseo de todo el mundo es tener una ciudad limpia, segura y organizada en la provisión de servicios, especialmente de los latinoamericanos que residen en 80% en zonas urbanas.
No hay neutralidad tecnológica en las elecciones de política pública. Lo anterior plantea la siguiente pregunta: ciudades inteligentes, ¿para quién?
La respuesta es clara: para quienes vivan en ellas. Desde este punto de vista, todo lo que es percibido por la ciudadanía como mejora en su vida cotidiana es positivo. El aumento de la movilidad urbana, el acceso a los servicios públicos y culturales y la participación ciudadana tienden a ser recibidos con entusiasmo.
La adopción de políticas de gobierno electrónico avanza cada vez más. Vemos ciudades con información sobre la conectividad de los medios de transporte, el pago de tasas por servicios, la emisión de certificados de regularidad fiscal o la solicitud de licencias para la prestación de servicios.
Los centros de control de seguridad del tránsito, que operan cámaras remotamente, reciben informaciones de sensores de velocidad y sincronizan los semáforos, son cada vez más accesibles en todos los tipos de ciudades.
Los drones substituyen a los carísimos helicópteros en los sistemas de vigilancia e incluso en atenciones de urgencia. Pero todo esto solo tiene sentido si el tiempo gastado en el transporte urbano no disminuye el tiempo de ocio o la productividad en la empresa, si se reducen los costos finales del transporte público y privado y del abastecimiento del sistema productivo y de consumo de la ciudad. No basta con ser un sistema de control, tiene que ser un sistema de aumento de la eficiencia en la convivencia con la ciudad.
El sistema de iluminación también puede ser mejor gestionado con las redes eléctricas inteligentes. Desde la medición del consumo hasta la emisión de boletas de cobro y pago pueden ser mejoradas con las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC). Si el monitoreo proporciona a los usuarios sus patrones de consumo -por ejemplo, los días y horarios punta-, se puede contribuir a la eficiencia energética y al uso responsable de los recursos.
Los mismos sistemas inteligentes pueden ser usados en otros tipos de servicios, por ejemplo, en la provisión de agua. El desperdicio de agua tratada alcanza 40% del total suministrado a las ciudades, muchas veces, antes de llegar al consumidor final. Una red de sensores que monitoree la presión del agua puede evitar muchos de estos problemas y actuar antes de derrames calamitosos.
Pero antes de convertir a la ciudad en un macroorganismo conectado y sensorial, la ciudadanía pide mejoras en los sistemas de comunicación. Una mejora en la comunicación también permitiría atender otra expectativa de los habitantes: la participación política. La transparencia en la información pública, el acceso a los procesos legislativos y la participación en las decisiones pueden ser posibilitadas por un sistema de comunicación eficiente y gratuito.