Marcela Jiménez
En noviembre del 2014, Holanda demostró al mundo que las iniciativas pequeñas son suficientes para marcar la diferencia. No necesitó construir edificios ultrainnovadores, ni plantó árboles en cada esquina de la ciudad, todo lo que hizo fue construir un carril de 70 metros de largo para que circularan las bicicletas.
Pero esos 70 metros son todo menos ordinarios. Se trata de un proyecto piloto construido con módulos de hormigón recubiertos por una capa resistente de paneles solares de vidrio que, como las flores, atrapan la luz durante el día para abastecer de energía a quien lo necesite.
Durante sus primeros 20 días de funcionamiento, la ciclovía solar había generado ya más de 140 kilovatios por hora y, de acuerdo con las autoridades holandesas, se espera que cada metro cuadrado del camino produzca en promedio por año de 50 a 70 kilovatios por hora. Lo anterior implica que en conjunto, los 70 metros de la ciclovía generarían suficiente electricidad para abastecer una vivienda.
Holanda tiene una superficie de solo 41.526 km2, lo que significa que aún Costa Rica, el segundo país más pequeño de Centroamérica, es más grande que el europeo. ¿Pero es replicable una iniciativa como esta en la región? La teoría dice que sí, aunque la práctica muestra que aún es temprano para saber la respuesta.
Reglas claras. Hay dos palabras de moda dentro del desarrollo urbano actual que describen la tipología de una ciudad: inteligente y sostenible. Sin embargo, aquí hay un paradigma que romper. Inteligente no significa solo tecnológico, ni sostenible es sinónimo de verde.
“Las ciudades inteligentes tienen que ver con la combinación de redes tecnológicas, pero es también la integración de lo que la Tierra necesita y los recursos limitados que utilizamos”, señala Mitchell Joachim, arquitecto neoyorquino especialista en diseño urbano sostenible y constante conferencista de la organización TEDx.
Ámsterdam, Copenhague, Tel Aviv, Santiago y Lima son ejemplo de cómo las ciudades inteligentes no son exclusivas de una región, ni de un modelo económico. Son ciudades cuya visión de largo plazo, compromiso con el bienestar de los ciudadanos, impulso del desarrollo económico y tregua con el ambiente marcan su innovación.
La forma en que se lidia con la calidad del aire, el abastecimiento de la comida, el transporte y el comercio son parte también de la ecuación.
“Todavía nos falta entender que el tema de la sostenibilidad pasa por un elemento social fundamental: las ciudades son para la gente, pero no tenemos esa visión”, apunta Ileana Ramírez, consultora y excoordinadora del Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU Hábitat) en Costa Rica.
Para Ramírez, el centro de la sostenibilidad debe estar en el enfoque preventivo que se tome, tanto desde los Gobiernos locales como del central, en conjunto con el sector privado. Sin embargo, en este punto, Belem Sálomon, directora ejecutiva del Guatemala Green Building Council (GGBC), cree que la sostenibilidad de una ciudad funciona mejor cuando no es regulada ni absoluta, sino que se da como un equilibrio natural entre los sectores.
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