Por: Jaime Ordonez, analista político y director del Instituto Centroamericano de Gobernabilidad.
La realidad es lo que es, no lo que uno cree que es. Costa Rica y algunos otros países en vías de desarrollo están confundiendo hace más de quince años el verdadero bienestar, el desarrollo humano, el progreso económico y social con un espejismo peligroso llamado los “índices de la felicidad”, que miden en forma endógena (y muchas veces tramposa) la percepción de las personas sobre su vida.
Veamos los números crudos y duros: Costa Rica descendió desde 1990 al año 2014 del puesto 35 al puesto 67 en el Índice de Desarrollo Humano del PNUD. Tuvimos un retroceso de más de 30 puestos. En el Informe de la CEPAL del año 2012 se desnudó algo que ya veíamos en las calles: mientras casi todo el resto de América Latina había reducido desigualdad, Costa Rica la había aumentado.
Mientras el coeficiente de Gini de hace dos décadas era 0,37, ahora es 0,52 (siendo 0 igualdad plena y 1 desigualdad absoluta), no muy lejano ya del 0,56 de Guatemala, uno de los países más desiguales del planeta. En esa materia, vamos como el cangrejo.
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En procesamiento de aguas servidas (aguas negras, jabonosas e industriales), Costa Rica ocupa el triste puesto de antepenúltimo de todo el Hemisferio, sólo delante de Haití y Honduras. Los ticos sólo tratamos el 4,2% de nuestros desechos líquidos: todo el restante 95,8% termina en las cuencas hidrográficas. Por eso, los ríos y los afluentes de la GAM son hoy una cloaca abierta, y hemos acostumbrado nuestras vidas a ese hedor cotidiano.
En educación, ya lo hemos dicho otras columnas: Costa Rica gradúa únicamente el 45% de sus jóvenes en secundaria. Al 55% restante se los lleva el mar… (es decir la marginalidad social, la droga y la pobreza). Y de ese 45% que graduamos de secundaria, apenas un raquítico 40% logra aprobar las pruebas internacionales PISA (Programme for International Students Assesment), mientras en los países europeos lo aprueban entre el 85% y 95% de los estudiantes.
Los índices de Shangai e India son también del 90%. Nuestra inversión en ciencia y tecnología es lamentable, apenas un 0,4% del PIB, mientras los países de la OCDE invierten más del 2,5%. Por eso seguimos exportando productos primarios, mientras importamos crecientemente más chips y alta tecnología.
Somos Macondo
Nuestros profesores de inglés en educación pública no hablan inglés (sólo un 35% pasó la prueba que se hizo hace 5 años). En facilidad para hacer negocios, hemos pasado del puesto 78 al puesto 85 en el planeta (es más difícil hacer empresas aquí que en muchos de los países vecinos y, además, mucho más caro), según Doing Busisness del Banco Mundial 2015.
La gente que estamos graduando con títulos de licenciado no tiene idea de su disciplina. Sólo el 30% de los abogados lograron aprobar el examen de conocimientos del propio Colegio de Abogados hace unas semanas.
Y a pesar de todo lo anterior, ¿por qué nuestro pueblo se cree uno de los más felices del mundo? Déjenme exponer mi hipótesis: la felicidad de la endogamia, el charco tibio de la mediocridad, de quien no conoce otros parámetros, otros mundos, otras sociedades. Nuestra endogamia valle centralista y chauvinista nos está matando.
La gran flaqueza metodológica de las encuestas sobre la felicidad es que son de “pura percepción”. No miden datos técnicos, económicos o sociales, sino el espejo con el cual nos queremos ver. Y la percepción tiene la cuchilla oculta de subjetividad: hemos construido un imaginario asombroso y extraño. Pura fantasía y pura droga. Una pipa de opio que fumamos día a día.