Daniel Panedas, Vicepresidente de Grupo Cerca
Hace unos meses leí una columna de Vladimir Sorokin donde describía una fantástica regresión del pueblo ruso al pasado, creada por Putin para garantizar su estancia en el poder. Recientemente tuve la oportunidad de estar en Moscú, y esto me permitió responder algunas de las preguntas que me habían surgido.
Putin interpreta que Rusia necesita anclarse a la historia para construir su futuro. Terror masivo, orgullo por el pasado y la promesa de un brillante porvenir son los pilares de su relato. El impulso económico de sus primeros años de mandato legitima su liderazgo, donde comienza la represión: control sobre los medios independientes; persecución, encarcelamiento y destierro de los opositores; y control sobre los poderes legislativo y judicial.
La propaganda que relata las viejas glorias de la URSS, y el respeto que le tenía occidente, fomenta un nuevo antiamericanismo. Nada mejor que la nostalgia para fortalecer una nación desintegrada y humillada.
Generar orgullo hoy. Así, toda la retórica se volvió un viaje al pasado para rescatar el espíritu de la nación. Y el pueblo se lo creyó durante un tiempo. Sin embargo, la crisis económica trajo consigo la realidad. Había que generar orgullo hoy. La anexión de Crimea fue el momento perfecto. Conquistó un territorio extranjero, pero afín. Montó el show como el resurgimiento de las viejas glorias militares y llevó su popularidad y aceptación a más del 90%.
No obstante, Rusia no es la URSS y occidente no lo iba a dejar pasar, menos cuando intentó meterse en el este de Ucrania y amenazó con hacerlo también en Transcaucasia. Alemania, como líder la Unión Europea, la OTAN y Estados Unidos entendieron que si no apoyaban a Ucrania, Putin podría acelerar un proceso de consecuencias imprevisibles. Las sanciones económicas desplomaron el rublo y están hundiendo su economía, pero el pulso todavía se mantiene en firme.
El 9 de mayo pasado, con un imponente desfile militar en la Plaza Roja de Moscú, Rusia celebró la «gran victoria de la patria», como llama a la derrota de la Alemania nazi, la cual considera como propia y así lo afirmó Putin.
El desfile fue una demostración de poder y una declaración de intenciones. El discurso fue confrontativo y hasta amenazante. Los 16.000 efectivos y la exhibición de armamento fue un mensaje claro a sus compatriotas, reivindicándose como potencia militar. Hacia el mundo, podemos interpretar que mostró los dientes, lo que no sabemos es si está tan loco como para salir a morder.
La noche del 30 de abril en Moscú, vi el ensayo del desfile: daba escalofríos ver pasar los tanques y misiles. Era como volver al pasado. En ese debate se encuentra el pueblo ruso: entre creer las promesas de Putin o buscar la prosperidad en un proceso lento, de final incierto. Mi sensación es que ven más fácil creer en este nuevo “mesías”, y eso no es una buena noticia para nadie.
Durante esta celebración, Putin habló fuerte y claro. Ahora será cuestión de tiempo para que sepamos sus verdaderas intenciones, para que la diplomacia desactive los conflictos o para que pueda transformarse en una amenaza real para la paz.
Mi opinión es que todo está dirigido a mantener el poder interno, que es muy inteligente como para pensar que podría embarcarse en una aventura bélica, pero si se trata del presidente del país que tiene la novena parte de la tierra firme del planeta y las mayores reservas de recursos naturales del mundo, siempre hay que mirarlo con respeto. Y así lo hacen todos.